segunda-feira, 30 de abril de 2012

Teoria da razão e da loucura em Schopenhauer

A teoria da loucura em schppenhauer é simples: baseia-se na tese de que lacunas no fio da memória, ocasionadas por enormes sofrimentos, são preenchidas  pelo louco com ficções, idéias fixas. O louco é assim, avesso ao princípio da razão, tendo isso em comum com o gênio.

Há em Schoppenhauer quatro figuras do princípio da razão:

1. princípio da razão do devir, que rege as representações empíricas, as intuições.

2. princípio de razão do conhecer, que rege asrepresentações abstratas, os conceitos da razão.

3. princípio da razão do ser, que rege as representações a partir das formas puras da sensibilidade, o espaço e o tempo, e

4. O princípio da razão do agir, que rege as ações a partir dos motivos

Invasões filosóficas

Espinosa: uma pedra movida por um impulso qualquer, caso tivesse consciência, acreditaria que se movia por sua própria vontade -  pois eu aqui acrescento que a pedra teria razão (Schopenhauer).

Kant (por Schopenhauer) - Espaço, causalidade e tempo não são determinações da coisa em si, mas pertencem somente ao seu fenômeno, pois eles não passam de meras formas de conhecimento. Ora, como toda pluralidade, nascer e perecer só são possiveis por meio do tempo, espaço e causalidade; segue-se daí que aqueles cabem exclusivamnte ao fenômeno, de modo algum à coisa em si.

Todavia, como nosso conhecimento é condicionado por aquelas formas, a experiência inteira é apenas conhecimento do fenômeno, não da coisa em si; por conseguinte, suas leis não podem se tornar válidas para a coisa em si. Mesmo ao nosso próprio eu se aplica o que foi dito, e nós o conhecemos somente como fenômeno, não segundo o que possa ser em si.

Platão (por Schopenhauer) - As coisas deste mundo, que nossos sentidos percebem, não possuem nenhum ser verdadeiro: sempre vêm a ser,  mas nunca são. Têm apenas um ser relativo; todas juntas somente o são em e através de sua relação uma para com a outra. Pode-se por conseguinte, igualmente nomear seu inteiro ser - aí também não ser.

(não posso deixar de mencionar aqui o "Labyrintho" de Juan de Mena do seculo XV onde há uma visão de três rodas muito grandes: a primeira imóvel, é o passado; a segunda, giratória, o presente; a terceira, imóvel, o futuro).

Em consequência, elas não são objeto de uma experiência propriamente dita, pois tal experiência só pode haver daquilo que é em e para si, sempre da mesma maneira. As coisas deste mundo, ao contrário, são apenas objeto de uma opinião ocasionada pela sensação baseada em percepção não provada conceitualmente. Enquanto nos limitamos à sua percepção, assemelhamo-nos a homens que estariam sentados presos numa caverna escura, tão bem atados que não poderiam girar a cabeça, de modo que  nada veriam a não ser as sombras projetadas na parede à sua frente de coisas reais que estariam entre eles e um fogo ardente; sim, cada um veria inclusive aos outros e a si mesmo apenas como sombra na parede à frente. Sua sabedoria, então, consistiria em predizer aquela sucessão de sombras, apreendida da experiência. Ao contrário, só as imagens arquetípicas reais daquelas sombras, as idéias eternas, formas arquetípicas de todas as coisas, é que podem ser ditas verdadeiras, pois elas sempre são entretando nunca vêm a ser nem perecem. A elas não convém pluralidade alguma, pois todas, conforme sua essência, são unas, na medida em que cada uma delas é a imagem arquetípica, cujas cópias ou sombras são todas as coisas isoladas e efêmeras da mesma espécie e de igual nome.

domingo, 22 de abril de 2012

Vargas Llosa, hoje

La expropiación del 51% del capital de YPF, propiedad del grupo Repsol, decidida por el gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner, no va a devolver a Argentina “la soberanía energética”, como alega la mandataria. Va, simplemente, a distraer por un corto período a una opinión pública de los graves problemas sociales y económicos que la afectan con una pasajera borrachera de patrioterismo nacionalista, hasta que, una vez que llegue la hora de la resaca, descubra que aquella medida ha traído al país muchos más perjuicios que beneficios y agravado la crisis provocada por una política populista y demagógica que va acercándolo al abismo.
Las semejanzas de lo ocurrido a Repsol en Buenos Aires con los métodos de que se ha valido el comandante Hugo Chávez en Venezuela para nacionalizar empresas agrícolas e industriales son tan grandes que parecen obedecer a un mismo modelo. Primero, someterlas a un hostigamiento sistemático que les impida operar con normalidad y las vaya empobreciendo y arruinando y, luego, cuando las tenga ya con la soga al cuello, “quedarse con ellas a precio de saldo”, como ha explicado Antonio Brufau, el presidente de Repsol, en la conferencia de prensa en la que valoró en unos 8.000 millones de euros el precio de los activos de la empresa víctima del expolio. Durante algunos años, la opinión pública venezolana se dejó engañar con estas “recuperaciones patrióticas” y “golpes al capitalismo” mediante los cuales se iba construyendo el socialismo del siglo XXI, hasta que vino el amargo despertar y descubrió las consecuencias de esos desafueros: un empobrecimiento generalizado, una caída brutal de los niveles de vida, la más alta inflación del continente, una corrupción vertiginosa y una violencia que ha convertido a Caracas en la ciudad con el más alto índice de criminalidad de todo el planeta.
Desde hace algún tiempo, el gobierno argentino multiplica estas operaciones de distracción, para compensar mediante gestos y desplantes demagógicos, la grave crisis social que ha provocado él mismo con su política insensata de subsidios al consumo, de intervencionismo en la vida económica, su conflicto irresuelto con los agricultores y la inseguridad que han generado su falta de transparencia y constantes retoques y mudanzas de las reglas de juego en su política de precios y de reglas para la inversión. No es sorprendente que la inflación crezca, que la fuga de capitales, hacia Brasil y Uruguay principalmente, aumente cada día, y que la imagen internacional del país se haya venido deteriorando de manera sistemática.
Primero fue la guerra contra los diarios más prestigiosos del país, La Nación y Clarín, con acusaciones y amenazas que parecían preceder su secuestro y clausura —espada de Damocles que aún pende sobre ellos, pese a lo cual ambos órganos han mantenido valerosamente su independencia— y, luego, más recientemente, la resurrección del tema de las Malvinas. En la reciente cumbre de Cartagena la presidenta Fernández de Kirchner experimentó una seria decepción al no obtener de sus colegas latinoamericanos el aval beligerante que esperaba, pues éstos se limitaron a ofrecerle un apoyo más retórico que práctico, temerosos de verse arrastrados a un conflicto de muy serias consecuencias económicas en un continente donde las inversiones británicas y europeas son cuantiosas. Inmediatamente luego de ese fracaso ha venido la expropiación de Repsol, el nuevo enemigo que la jefa del Estado argentino lanza a las masas peronistas como ominoso responsable de los males que padece el país (en este caso, el desabastecimiento energético). Mínimas victorias en una guerra perdida sin remedio.
Los males que padece ese gran país que fue Argentina se deben al peronismo
En verdad, los males que padece ese gran país que fue Argentina —el más próspero y el más culto del continente desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX— no se deben a la prensa libre y crítica, ni al colonialismo británico, ni a las empresas extranjeras que trajeron sus capitales y su tecnología al país creyendo ingenuamente que éste respetaría la legalidad y cumpliría con los contratos que firmaba su gobierno, sino al peronismo, que, con su confusa ideología donde se mezclan las más contradictorias aportaciones, el nacionalismo, el marxismo, el fascismo, el populismo, el caudillismo, y prácticamente todos los ismos que han hecho de América Latina el continente pobre y atrasado que es. Hay un misterio, para mí indescifrable, en la lealtad de una porción considerable del pueblo argentino hacia una fuerza política que, a lo largo de todas las veces que ha ocupado el poder, ha ido empobreciendo al país, malgastando sus enormes riquezas con políticas demagógicas, azuzando sus divisiones y enconos, destruyendo los altísimos logros que había alcanzado en los campos de la educación y la cultura, y retrocediéndolo a unos niveles de subdesarrollo que había dejado atrás antes que ningún otro país latinoamericano. No se necesita tener dotes de profeta para saber que la expropiación de Repsol va a acelerar esta lamentable decadencia.
Lo peor de todo es que el daño que esta injustificada medida significa no afecta sólo a Argentina, sino a América Latina en general, sembrando la desconfianza de los inversores sobre una región del mundo que, desde hace algunos años, ha emprendido en general, con pocas excepciones, el camino de la sensatez política, optando por la democracia, y del realismo económico, abriendo sus economías, integrándose a los mercados del mundo, estimulando la inversión extranjera y respetando sus compromisos internacionales. Y con resultados magníficos como los que pueden exhibir en los últimos años países como Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Perú, buena parte de América Central y México, en creación de empleo, disminución de la pobreza, desarrollo de las clases medias y consolidación institucional. En vez de seguir este modelo exitoso, la señora Fernández de Kirchner ha preferido enrolarse en el catastrófico paradigma del comandante Hugo Chávez y sus discípulos (Nicaragua, Bolivia y Ecuador).
Por fortuna, no toda Argentina vive hechizada por los cantos de sirena populistas del peronismo. Dentro del propio partido de gobierno hay sectores, por desgracia minoritarios, conscientes del giro anti moderno y anti histórico que ha venido adoptando el gobierno de la señora Fernández de Kirchner y de las consecuencias trágicas que tendrá ello a la corta o a la larga para el conjunto de la sociedad. En la dividida oposición ha habido en estos días, por fortuna, algunas voces lúcidas para oponerse a la euforia nacionalista con que fue recibida la noticia de la expropiación de Repsol, como la del alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien declaró: “La expropiación nos endeuda y nos aleja del mundo. En un año estaremos peor que hoy”.
Es un augurio muy exacto. Los problemas energéticos de Argentina no son la falta de recursos, sino de tecnología y, sobre todo, de capitales. Como el país carece de ellos, debe traerlos de afuera. Y, con este precedente, no será fácil convencer a las empresas grandes y eficientes que vuelquen sus esfuerzos en un país que acaba de dar un ejemplo tan poco serio y responsable frente a sus compromisos adquiridos. A Argentina le van a llover las demandas de reparación ante todas las cortes e instituciones de comercio internacionales y sus relaciones no sólo con España sino con la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etcétera, se han vuelto ahora conflictivas. Todo este riesgo ¿para qué? Para gozar por unos días de la grita frenética de las bandas de piqueteros eufóricos y de las loas encendidas de una prensa servil. ¿Valía la pena?
El daño que esta injustificada medida significa afecta a América Latina en general
Dentro de la América Latina de nuestros días, lo ocurrido con Repsol tiene un curioso sabor anacrónico, de fuera de época, de reminiscencia rancia de un mundo que ya desapareció. Porque, la verdad es que, de México a Brasil, aunque haya todavía enormes problemas que enfrentar —entre ellos, los principales, los de la corrupción y el narcotráfico— parecía ya superada la época nefasta del nacionalismo económico, del desarrollo hacia adentro, del dirigismo estatal de la economía que tanta violencia y miseria nos deparó. Parece mentira que tan horrendo pasado resucite una vez más y nada menos que en el país de un Sarmiento, un Alberdi y un Borges, que fueron, cada uno en su tiempo y en su campo, los adalides de la modernidad.
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© Mario Vargas Llosa, 2012.

domingo, 15 de abril de 2012